Debatía hace unos días con un amigo en relación a diversas cuestiones sobre la memoria histórica. Mi amigo utilizaba latiguillos tan de moda tipo “revanchistas”, “hay que pasar página” y un largo etc… para finalmente centrarse en lo innecesario e incluso provocador de las exhumaciones de Franco y de Queipo de Llano. En cuanto al primero, afortunadamente, aunque con cuarenta años de retraso, ya abandonó la edificación de Patrimonio del Estado, soportada con los impuestos de todos los españoles que, además, compartían víctimas y verdugo para mayor gloria del verdugo y, en cuanto al segundo, he leído que la Hermandad de la Macarena “está dispuesta a cumplir la Ley”.
A estas alturas, la disposición de la Hermandad a cumplir la Ley me llama muy poco la atención. Lo que de verdad me intriga, lo que me turba es que una organización que tiene entre sus fines “la evangelización de sus miembros mediante su formación teológica y espiritual, y el ejercicio de la Caridad cristiana” mantenga en su sede principal los restos de un militar, expulsado por desleal dos veces del Ejército Español, doblemente perjuro, por cuanto rompió su juramento primero a la monarquía y luego a la República, instigador (según Ian Gibson) del asesinato de Federico García Lorca, etc…
He tenido oportunidad de leer e incluso de escuchar alguna de sus arengas cuarteleras radiadas desde Unión Radio Sevilla y creo que resulta difícil encontrar un personaje con mayor carencia de empatía y de humanidad y, desde luego, carente de todo aquello que relacionamos con “la Caridad cristiana”. Siguiendo a pie juntillas la base 5ª de la Instrucción reservada del General Mola (“Es necesario crear una atmósfera de terror, hay que dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todo el que no piense como nosotros. Tenemos que causar una gran impresión, todo aquel que sea abierta o secretamente defensor del Frente Popular debe ser fusilado”), Queipo de Llano estableció un régimen de terror, primero en Sevilla, luego en toda Andalucía, llamando desde la radio a sus “soldaditos” a la violación de las mujeres de las zonas que ocupaba para demostrar a las “comunistas y anarquistas que predicaban el amor libre” “lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones”.
Es conocido, históricamente documentado, que Queipo de Llano, junto a la Basílica donde permanecen descansando en paz sus restos, a pie de la muralla de la Macarena, sin molestarse ni tan quiera en simular un juicio, ordenaba fusilamientos de trabajadores, sindicalistas y población civil sevillana, algunos de los cuales también serían devotos o hermanos de la Macarena y cuyos restos al día de hoy siguen en paradero desconocido o en fosas comunes.
Un personaje al que en 2008, con retraso pero más vale tarde que nunca, le fue revocada la medalla de oro de la ciudad y el título de Hijo Adoptivo de Sevilla por el pleno municipal del Ayuntamiento de Sevilla, por unanimidad aunque con la abstención del PP, pronunciándose igualmente un mes largo después la Diputación Provincial de Sevilla.
Y ahora, la Hermandad dice que “cumplirá la Ley” con relación a la exhumación de los restos de este golpista sanguinario, de quién hasta el 2011 utilizaba su fajín de honor entre las prendas del vestuario con el que procesionaba su imagen más representativa. Estoy convencido de que cumplirá la Ley, no queda otra en un Estado de Derecho, pero estoy seguro de que nadie en la Hermandad nos explicará las razones de haber mantenido durante más de cuarenta años, en su templo basílica, los restos de semejante personaje.
Probablemente, mi falta de toda creencia religiosa me impide entender el concepto de Caridad cristiana que a buen seguro ha amparado la decisión de mantener durante más de cuarenta años los restos de quien anunciaba sus crímenes, estimulaba matanzas y amparaba asesinos con aquello de “Estamos decididos a aplicar la ley con firmeza inexorable: ¡Morón, Utrera, Puente Genil, Castro del Río, id preparando sepulturas! Yo os autorizo a matar como a un perro a cualquiera que se atreva a ejercer coacción ante vosotros; que, si lo hiciereis así, quedaréis exentos de toda responsabilidad”.
Por eso hoy quiero recordar quién era Queipo de Llano. A veces nos acostumbramos a los nombres, a las situaciones, a los símbolos y nos olvidamos de los contenidos, de lo que representan y terminamos normalizando situaciones que no tienen cabida en una democracia moderna, en una sociedad pacífica, y amigos, como mi interlocutor del otro día, terminan este tipo de debates con un “como si no hubiese cosas más importantes que hacer”. Claro que hay cosas más importantes, muchas, pero cuarenta años “esperando turno” creo que es un tiempo más que suficiente como para acometer algunas actuaciones que, aun no siendo las más importantes, no debemos seguir postergando.
No quiero descontextualizar la historia, no tengo ningún afán de revancha. Lamentablemente, personajes como Queipo de Llano ni respondieron ni responderán jamás ante nadie por sus graves crímenes. Sin embargo, lo que me resulta más doloroso e indignante, es que se sigan rindiendo honores a personajes que no merecen más calificativos que el de genocidas y asesinos. Todos los plazos están agotados, lo que queda, lo que se impone, es hacer justicia con miles de víctimas y no retrasar ni un día más la exhumación.
Publicación aparecida el 28 de octubre de 2019 en Diario de Sevilla (ver artículo)