954 21 32 30 | 689 74 95 74

      En muchas ocasiones, cuando la pareja se rompe (y nos referimos a su ruptura real no a la legal que siempre es posterior) se acude al despacho del abogado con la idea de preparar las mejores “armas” para pelear o defenderse en un procedimiento judicial, creyendo que el divorcio es un fin en sí mismo, pensando que el procedimiento legal es lo más importante en ese momento y empleando unas energías y esfuerzos en el procedimiento que, en la mayoría de las ocasiones, serían de mayor eficacia en otras áreas.

      Todo hay que valorarlo en sus justos términos, y el procedimiento de divorcio, como tal, es lo menos importante que sucede en el entorno de una pareja que se rompe y máxime cuando esta tiene hijos, sean éstos naturales, adoptados o propios de uno de los miembros de la pareja. Lo transcendente en estas situaciones es que se pone fin a un concreto proyecto de vida colectivo, con las consecuencias psicológicas, emocionales, personales y materiales que conlleva, generándose un grave conflicto interno en cada uno de los miembros de la unidad familiar que incluso en muchas ocasiones afecta a terceros.

      Si ese conflicto interno tratamos de solucionarlo a través de una “batalla” judicial, podemos tener por seguro que el resultado del procedimiento, en la mayoría de las ocasiones, generará insatisfacción en todas las partes afectadas por el mismo; el procedimiento de divorcio debe ser un medio más, pero es seguro que ni será el “antídoto” ni la fórmula magistral que ayude a solventar el conflicto interior de cada uno de los miembros de la familia porque el conflicto no sólo es legal y los tribunales por si solos no son la solución para reconducir las relaciones interpersonales.

      Por ello, cuando la pareja se rompe, cuando la unidad familiar resulta insostenible, es necesario, si queremos alcanzar la solución menos mala para todos y cada uno de los integrantes de esa familia, saber distinguir entre lo principal y lo accesorio, diferenciar entre los múltiples sub-conflictos y buscar soluciones acordes a la naturaleza de cada uno de ellos y, por encima de todo, si existen menores, asumir que su interés es preferente al de sus padres y que la radicalización del enfrentamiento entre los adultos, la utilización de los menores por uno o ambos progenitores como un “arma” más de la batalla, la inclusión de los menores en la guerra familiar obligándoles a tomar partido no sólo les perjudica a los/as hijos/as sino que es como tirar un ladrillo al cielo, siempre termina cayendo sobre nuestra cabeza.